Kabalcanty
La Pulsera (5ª parte)
Antonio Llopis, Tony para sus clientes y amigos allegados, estaba sentado en la silla de su escritorio esperando una respuesta convincente de Dragos y Cosmin, fontanero y ayudante rumanos que realizaban trabajos para el administrador de fincas. Tony tenía una abundante cartera de comunidades de propietarios en las zonas adineradas de la urbe y por nada del mundo quería que los operarios a su servicio pusieran en entredicho su eficiente administración.
— ¿Es que ninguno de los dos va a decir ni pío? Pues sabed que el brazalete es de la querida de Rodolfo Campezo, el jefazo de la Mercedes. No os digo más -dijo con prominencia Tony con las gafas tintineando a mitad del puente de la nariz y sin ofrecerles asiento a los fontaneros.
Dragos, el de más edad y oficial de fontanería, abrió las manos en un ademán de impotencia para acabar diciendo con su acento indoeuropeo: “No se nos ocurriría jamás coger nada de la casa de ningún cliente, jefe.”
Cosmin, al que se le habían sonrosado los mofletes al extremo desde que el administrador les comentó el asunto, tenía los ojos clavados en el suelo y se encogía de hombros como imbuido en un antojadizo tic.
— En fin, si en veinticuatro horas no aparece pondré el asunto en manos de Bernardo, ese que le gusta meter las narices donde huele mal, para que resuelva el tema. -dijo Tony levantándose de la silla y mostrándoles la puerta de salida- Y ya debíais de saber cómo las gasta el gachó cuando algo se le tuerce; fue sargento republicano y su especialidad eran las hostias como hogazas.
Veinte minutos después los dos fontaneros estaban en el bar, colindante con la chapuza de turno, degustando unos contundentes bocadillos de panceta con pimientos. Comían en silencio, a grandes bocados, sentados frente a una mesa con dos jarras de cerveza mediadas. Una frase concreta de Cosmin provocó que a Dragos le acometiera una tos que enrojeció su rostro hasta volverlo violáceo. Tuvo que salir a la calle y, junto a un alcorque, escupir el bocado.
— ¡¡Tú quieres que nos echen a la puta calle!! -exclamó, tras volver a entrar y después de proferir un par de frases en rumano- ¡Vámonos de aquí y suelta todo lo que sepas! No sé si matarte o tirarme por un puente de cabeza.
Pagaron sin terminar de comer.
Cosmin andaba detrás negando con la cabeza y Dragos maldiciendo en su lengua, alternado su mirada al cielo y a su espalda.
Se acomodaron en un banco de un parque próximo y bastante solitario a esa hora de la fría mañana. Jubilados, corredores u ociosos varios recorrían los paseos del parque junto a perros alborozados por transitar sin correa.
— Joder, pensaba que era una baratija que tenía la señora tirada por ahí. -dijo Cosmin al borde de las lágrimas. Se frotaba la nariz con un dedo y se arrugaba la frente con la otra mano- Estaba tirada junto a la alfombra del baño….. Era para mi novia, joder. ¿Por qué son tan descuidados los ricos? Yo no pensaba que…..
Rompió a lloriquear nerviosamente tapándose la cara con ambas manos.
Dragos le escudriñaba entre incrédulo y colérico. Quiso ponerle una mano consoladora en el hombro pero lo desechó rebuscando un pitillo en el paquete del bolsillo.
— Venga, Cosmin, si lo tienes tú lo devolvemos y ya está. No pasa ni media -dijo acercando el rostro al otro- Diremos que, sin querer, metimos la pulsera en el maletín de las herramientas o lo que sea con tal de que no nos denuncien.
El sol trataba de traspasar una fortaleza de nubes gríseas e iba ofreciendo una luz intermitente y pálida.
— Ya, ya -balbució Cosmin- Lo peor es que yo ya no la tengo.
— ¿Qué coño dices? -alarmado el otro, le cogió de la pechera sacudiéndole- ¿Cómo que ya no la tienes tú? ¿Estás de broma?
El más joven suspiró y dejó pasar unos instantes antes de contestar.
— Se la dejé a Arturo, el que trabaja en la fábrica de lavadoras. Yo sabía que él trapicheaba con cosas…. Con cosas….bueno, con cosas no del todo legales y me prometió que borraría el nombre que estaba grabado en el arete y pondría el de Georgeta, mi novia.
— ¡¡¡ Să mă fut în mă-ta!!! -se incorporó de un salto Dragos e hizo chocar sus puños varias veces- Entonces ¿quién coño tiene la pulsera?
Al elevar la voz, alertó a los pocos visitantes del parque que miraron en la dirección de los rumanos con curiosidad.
— La perdió el muy gilipollas.
Entonces Cosmin volvió al llanto musitando palabras en su lengua que apoyaba dándose golpes en la frente con la palma de la mano.
— ¿Qué es eso que la perdió? Deja de lloriquear como una fagot y contéstame antes que pierda la paciencia.
Cosmin le relató que no sabía en el lugar que Arturo perdió la pulsera. Él estaba buscándola pero, de momento, nada de nada. La llevaba dentro del calcetín porque se la iba a pasar a uno del trabajo que conocía a un grabador muy apañado, pero cuando fue a dársela vio que no la tenía. Él decía que tenía que haberla perdido en la fábrica. El problema es que haber quien era el “caritativo” que decía que la tenía.
— La gente es muy chunga cuando se trata de algo de valor, ¿entiendes?
— ¿Entiendo demasiado, bucată de rahat? - dijo Dragos fuera de sí y señalandole repetidamente con el dedo- Pues ahora mismo nos vamos a buscar a ese Arturo y revolvemos la fábrica entera hasta dar con la brăţară. Venga, desfila o ¿quieres esperar a que nos metan entre rejas o nos mate a hostias ese tal Bernardo? ¡Vamos, joder!
Salieron del parque a paso vivo. Cosmin como un niño apenado y Dragos haciendo aspavientos al tiempo que se acercaba y alejaba a su compañero.
Se subieron a una furgoneta serigrafiada con el nombre de ”Pinturas Rotaru” y salieron a escape provocando que el coche de atrás les dedicara una prolongada pitada.